sábado, 22 de enero de 2011

Glosas a "Materia Oscura" de Laura Giordani, por Leonardo Torres

Al emprender la lectura de "Materia Oscura" tenía cierta aprehensión frente a la dificultad de abordar desde la poesía, un “tema imposible" (como dice Eduardo Milán en el bello prólogo) como el de la imposible niñez con que nuestras sociedades dan la bienvenida a millones y millones de niños. De Laura conocía ya su empatía profunda hacia la infancia y su lucidez rabiosa frente a la marcha del mundo y del mundo de las letras. Conocía también la fuerza creadora de su lenguaje y su exigencia, cosas que se ilustran en cada página de este libro. Pero dicha aprehensión, me di cuenta desde el primer poema, parece ser también el punto de partida de "Materia Oscura": "llegar al poema como a una tierra minada de peligros" dice Laura y eso desde las orillas donde el mundo "se desploma" y donde debe también derrumbarse el lenguaje y emerger "el balbuceo". Y nos advierte que cuando el significado estalle "se verán los niños". No es, entonces, el niño quien ‘solicita’ el poema en su nombre, no son los buenos sentimientos ni la caridad que hacen llamado a la palabra poética, sino que, a través de la búsqueda de un lenguaje para el poema de hoy, el niño aparece como aquello que debemos decir antes que nada, como el puntal del mundo al que se pretende nombrar. A menudo, Laura Giordani vuelve a recordárnoslo: "esta palabra deberá volverse contra sí misma", "deberá aprender a desaparecer", "no hay manera de deletrearte", "las palabras son ejércitos en retirada"; el poeta debe "mendigar vocablos para ti". La poeta no escribe a ciegas: la desconfianza frente a la palabra, sabedora de la ineficacia y de la inutilidad del poema frente a la realidad bruta, es de rigor. Y es esta línea tendida, tensa, que mantiene el conjunto de poemas. Hay mucho coraje en esta escritura que se sabe, de alguna manera, fracaso. Mucho coraje para ir encontrando conforme la escritura avanza los territorios del dolor que recorre, los "pozos ciegos" donde se acumulan "las calamidades" y ya "no hay cuerda ni manos resistentes / para subir agua tan pesada". Mucho valor para seguir explorando hasta en los vertederos donde lo indecible se manifiesta, en una "pulseada a muerte con la nada / que es tu poema", sabiendo, casi, que la esperanza de "que nos atraviese de una vez / el alfiler remoto / de tu sangre" es una quimera.

Podría decirse que los territorios que recorre son los territorios de una desolación total, desvastados ya por completo pero donde continúa ocurriendo, ante nuestros ojos diarios, un inagotable cataclismo, el de la infancia abandonada. Allí, todo es (tomo palabras abriendo las páginas al azar) moribundo, "tardes sin pupitre" "descalza orilla", "intemperie", "hormigas indigentes", "clausura de los pechos", "peces arrebatados demasiado pronto al agua" y los pájaros "no tienen dónde colgar su nido". No es posible ir más allá de los límites purulentos de nuestro entorno y es allí, donde Laura Giordani encuentra al niño, allí donde en ningún caso, si el mundo respondiera al orden hipócrito-ético escrito en los textos que rigen sus sociedades de la opulencia, un niño debería encontrarse. ¿Cómo callar entonces ? ¿cómo "arrancarse lo visto"? Creo que si Laura "llega" hasta ese niño, si no se queda en una simple visión exterior y apiadada, si su viaje hacia ese otro que es el niño cobra consistencia y acarrea con el lector pese a la conciencia de la que hablamos al comienzo, es porque el libro está escrito por alguien que ha guardado las rodillas lastimadas de la infancia. En estos poemas hay una mujer que se mira en su propia infancia y desde ella constata la "cerrazón del mundo" donde hay otro niño que la mira, que nos mira. En los últimos poemas de la parte intitulada "donde el mundo tiembla y se desploma" tenemos la impresión de que ese niño central, omnipresente, se desvanece un instante para dar paso a una reflexión de la poeta sobre su pasado. Vertiginosamente una serie de imágenes aparecen cuyo fondo común es la desagregación del mundo (una barcaza/ que expulsa polizones por los costados), el instante de una fractura, el big bang donde se origina la diáspora en cuyas orillas rotas vive Laura. Es en ese caminar ‘hollando el viento’, "sin sentir suelo bajo las suelas" en el cual se opera una simbiosis entre el paisaje decrépito donde perece la infancia de esos millones de otro y ese otro desamparado que es también la niña- poeta.

Los recuerdos vienen "amarilleando/ bajo el cráneo". Hay aquí un tropiezo, una sacudida que nos devuelve a esa "lastimadura en las rodillas" y, de repente, el ‘tú’ que hasta ahora era el otro, se convierte en el ‘tú’ mismo de la poeta. Ella también ha dejado atrás "el humo y el árbol" porque "de sien a sien estallaron / los pétalos en la diáspora / del perfume, de la infancia", ha perdido lo que ahora sólo es nostalgia o, mejor dicho, "dulce podredumbre en la espalda… pútrida dulcedumbre de las palabras que no mueren del todo". Ahora sabemos en qué orillas habita la poeta, desde dónde escribe "tendida para perecer", un mundo irrecuperable donde las manos siguen "golpeando las puertas de esa / inexistente / insuturable patria", la patria donde fue su infancia, donde se rompió su infancia, la misma patria que excluye a miles de criaturas abandonadas a la mayor de las miserias, la misma patria que fue capaz de traficar con los niños de sus víctimas. Esta ‘fêlure’, esta grieta que presiento en Laura Giordani me parece fundamental para entender "Materia Oscura". Hay un terreno común para ambos ‘tú’, ambos poseen ojos donde "se estampó el espanto". Y pueden mirarse y la una puede decir al otro o, como diría Chantal Maillard, hace de su "propio dolor la posibilidad del dolor de los demás". El recuento sistemático (¿cómo evitarlo?) que tenemos en "el resplandor de la indigencia", nos conduce a los lugares del cataclismo permanente, donde los pájaros caen muertos del cielo y el cielo mismo se despeña y donde no puede haber un ‘dios capaz de arrodillarse’ ante tanto horror porque "¿A qué dioses aplacar con la sangre de un niño o de un pájaro?". Es tal el espanto al acercarse a estas realidades que en un momento la poeta busca refugio en las palabras "para poder seguir amándote mejor / desde el poema". Aquí todo se viene abajo, el niño está en cada horror, es el centro inexplicable de cada horror. No por nada el conjunto se cierra con la parte "junto al pájaro derribado" en busca de algo que pudiera servir de alivio, de bálsamo a través de "karuna" (esa ‘acción que se emprende para disminuir el sufrimiento ajeno' como lo explica la poeta): ¿Será "la palabra abriendo sus costados / para abrigarte"?, Laura Giordani, quien, estoy seguro, no ha encontrado más alivio al escribir este libro, conoce muy bien la respuesta y por ello conservará acaso hasta los últimos poemas la forma infinitiva para interrogar(se/nos) frente a los "pedacitos rotos / del mundo". No hay respuesta sólo una trayectoria posible hacia la compasión (movimiento que se ejerce a lo largo del libro) que confiesa, de algún modo, la impotencia de las palabras y nos devuelve a nuestra condición primera, la de ser, antes y después del poema, un cuerpo inmerso en este mundo y por ello aspirar a "sólo querer ser árbol para abrazarte".

1 comentario:

Balovega dijo...

Hola... Paseando por estos lares entre a leerte y desearte un buen fin de semana...

Saludos

Cuatro poemas inéditos de Ludwig Saavedra

  Oración pagana del amor mochilero   ¿El corazón merece perdón? Todo el silencio es despiadado Todo silencio es una playa De tiempo es esta...