martes, 28 de octubre de 2008

EL CÍRCULO DE LA MEMORIA DE LUCÍA ESTRADA Por Paul Guillén*

Para empezar estas pequeñas impresiones que me ha suscitado el libro El círculo de la memoria (Lima: Lustra editores, 2008, 70 pp.) de Lucía Estrada (Medellín, 1980) valdría la pena preguntarnos: ¿qué podemos decir de la relación entre la poesía colombiana y la peruana? ¿Podemos decir algo? Sí, existe una relación a través de las revistas literarias peruanas que cobijaron en sus páginas a poetas colombianos como Gonzalo Arango, Álvaro Mutis, Jotamario Arbelaez o Juan Gustavo Cobo Borda, hablo de revistas como Cuadernos trimestrales de poesía de Trujillo, Península del Callao, Creación & Crítica, Cielo abierto, Fórnix de Lima, entre otras; y, por esos mismos años, gracias, principalmente, a la revista Eco hemos podido leer los trabajos de otros poetas colombianos como Eduardo Carranza, Darío Jaramillo Agudelo, Santiago Mutis Duran, Juan Manuel Roca, Elkin Restrepo, Fernando Charry Lara, entre muchos otros. Y, más acá, gracias al Internet también hemos conocido los trabajos de Raúl Henao, Armando Romero, María Mercedes Carranza, Piedad Bonnett, William Ospina, Orietta Lozano, Consuelo Hernández, y en especial de un poeta sumamente particular como Raúl Gómez Jattín. En ese sentido, el libro que venimos a presentar hoy día se torna como renovador de sus propias tradiciones y sus propios contextos de discurso y se instala con absoluta vigencia dentro del panorama de la poesía colombiana reciente.

El libro El círculo de la memoria de Lucía Estrada es una selección de poemas escogidos que comprende el lapso de 1995-2008 y recopila textos de los libros Fuegos nocturnos (1997), Noche líquida (2000), Grimorio (2001), Maiastra (2004), Las hijas del espino (2006) y una última sección denominada Otros poemas que corresponde a su última producción fechada en el año 2008. La sección “Fuegos nocturnos” se abre con un epígrafe de Edmond Jabès que dice: “Una noche para gestar otro sol”, es decir, un ciclo nocturno que comprende una traslación de tiempo, el poeta sólo puede confiar en este tiempo, cito de Lucía Estrada: “Sólo el tiempo / dirá la última palabra”. Pero este tiempo está formulado de manera circular: “Cada poema abre otro silencio, / recorre las estancias últimas / de la palabra / para volver al todo”. Silencio, tiempo y palabra parecen ser elementos centrales en la enunciación poética de esta primera sección o en palabras de Juan Manuel Roca –autor de la nota introductoria a la antología-: “De esas dos materias, vacío y silencio, despegan los poemas de Lucía Estrada”. ¿Existirá un tiempo vacío, un tiempo hueco, un tiempo como un eco que revienta en la mente, un tiempo dentro del tiempo? Un tiempo que vuelve sobre sí mismo, cito del poema Éxodo: “Tras la nube de fuego, en el polvo, volverás a tu centro”. Este volver es un volver al vacío, al tiempo, al silencio, a las palabras que escapan, ese sentido de huida es tener y no tener nada, sea el tiempo, el silencio, las palabras o todo o nada.

La segunda sección “Noche líquida” se abre con un epígrafe de la poeta mexicana Gloria Gervitz. Si en la primera sección el movimiento era de la noche al día, en esta segunda sección se busca recrear esa noche simbólica y primordial con algunos elementos esotéricos para alcanzar un estadio de plenitud que es caracterizado como un estadio de muerte, cito: “HABLAMOS de la muerte / ¿dónde hemos aprendido / ese lenguaje?”.

Todo los elementos que hemos enumerado hasta ahora se harán más patentes en la tercera sección titulada “Grimorio”, esta sección tiene un epígrafe inicial de Robert Graves: “Luna nueva, diosa blanca del crecimiento; Luna llena, diosa roja del amor y la batalla; Luna vieja, diosa negra de la muerte y las adivinaciones”. Estos elementos esotéricos, alquímicos u ocultistas -por llamarlos de alguna manera- son una resistencia contra la normalidad y contra la racionalidad utilitarista e instrumental. En ese sentido, la poesía de Lucía Estrada es una poesía oscura, pero no contraria a lo luminoso; fría, pero no racionalista: “En la escarcha se ofrecen / los más altos jardines”, lo gélido como un momento de transformación, como una epifanía donde se encuentra la perfección.

La cuarta sección se titula “Maiastra” y tiene un epígrafe de la poeta argentina Olga Orozco: “…Sepultado de un tajo en lo más hondo de la selva nocturna, / debajo de unas aguas que se entreabren al soplo del amor / y se cierran de golpe al roce de la piedra, / así estás, como un pájaro en exilio, en la jaula del pecho…”, de nuevo reconocemos símbolos constantes como la nocturnidad y es notorio la poesía de Lucía Estrada es un ciclo que debe ser entendido como cíclico. Por ejemplo, este pasaje parece sacado de alguna narración mitológica germánica o escandinava: “Entro en la fiebre. Desde mi ventana veo el nacimiento de los mares, colinas que la espuma reviste, novias muertas, sumergidas. Temo ser encontrada con esa visión, que descubran mi deseo de correr tras una legión de ahogados”. Como reafirmando que los símbolos en esta poesía son símbolos obsesivos, como pasa en la poesía de Rimbaud, podemos citar estos versos: “El rito de la noche no termina” y “Un silencio seco rodea la palabra / Todo termina y todo vuelve a comenzar.”, la noche, el silencio, la palabra son los símbolos más recurrentes en esta vasta memoria circular.

La quinta sección titulada “Las hijas del espino” obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín en el año 2005, esta sección incluye un epígrafe de Djuna Barnes, como sabemos Barnes fue una escritura estadounidense que frecuentó a la mayoría de poetas de lo que se conoce como modernismo, sólo basta referir que fue amiga de Ezra Pound y James Joyce. Además, tiene una historia privada muy fuerte que se manifiesta en su producción literaria. Creo que en esta sección Lucia Estrada escoge muy bien sus referentes desde lo trasgresor hasta lo marginal, aquí se trata de poemas basados en personajes femeninos como Yocasta, Circe, la Barnes, Mary Shelley, Natalia Gontcharova, Camilla Claudel, entre otras.

Finalmente, en la última sección titulada “Otros poemas” hay un epígrafe de Paul Celan: “Se reunió contigo lo escuchado/ echó también lo muerto / el brazo sobre ti / y los tres avanzasteis/ en la noche…”, se trata de un poema largo en cuatro estancias, donde el propósito del poema se encuentra en conjunción con todo el ciclo poético mediante estos versos: “Cuando la noche se inclina y parece que pronuncia tu nombre, / hundes tus manos en la oscuridad / y buscas a tientas el cuerpo inabarcable de tu memoria”. La noche, la oscuridad, el cuerpo, las palabras, la memoria se instalan, como al inicio, como los símbolos generadores del lenguaje poético y son estos símbolos los que iluminan esta noche oscura y llena de poesía.

(*) Palabras leídas en la presentación de El círculo de la memoria de Lucía Estrada en el Centro Cultural de España en Lima el día 16 de setiembre de 2008.

1 comentario:

Anónimo dijo...

LUCIA ESTRADA ESCOGE MUY BIEN SUS TEMAS...ENTRE LOS CONSAGRADOS Y LOS FÁCILES DE TRANSPLANTAR. Y LUEGO, LE MEZCLA UN POCO DE SEUDOPOESIA SEUDOMISTICA Y SEUDO TODO, PARA DAR CON EL RESULTADO DE UNA BABOSADA DE ENORMES PROPORCIONES
BAUGHHHHHHHH POETA!!!! OH! LA LUNA, EL ESPEJO, EL SILENCIO. CÓMO SE LLAMA ESO? OPOETUNISMO.
QUE ASCO.

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