martes, 23 de septiembre de 2008

Par de sátrapas de Maynor Freyre: El presente es el futuro que ayer nos preocupaba por David Abanto

Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.
Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte

Otra definición de infierno: la eterna recreación de un hecho, privado de toda posibilidad de convertirse en pasado
Alberto Manguel, Diario de lecturas

Algo que realmente me he propuesto tanto al hacer literatura como periodismo, esto desde un comienzo, es tomar la voz de quienes no tienen voz, de aquellos marginados de la sociedad que necesitan escribir en las paredes de los baños o en las de las calles amparados por la soledad y en la clandestinidad.
Maynor Freyre, La voz de los sin voz

Maynor Freyre (Lima, 1941) acaba de presentar su segunda incursión en el terreno de la novela con Par de sátrapas (Editorial San Marcos, 2008), la primera la hizo con Poligenio psicoterapéutico novela experimental publicada en 1971.

Par de sátrapas es una novela corta, una nouvelle, que aborda uno de los períodos más corruptos y nefastos en nuestra historia de muy reciente recordación a través de la ficción usando, nada más y nada menos, como protagonistas a sus dos correlatos de la realidad, los grandes gerifaltes: Alberto Fujimori Fujimori y Vladimiro Montesinos Torres.

Si hacer literatura ya demanda un esfuerzo muy grande, es sumamente difícil escribir una novela comprometida con una actualidad política tan cercana como Par de sátrapas (conocemos el antecedente de la estupenda Grandes Miradas de Alonso Cueto) sin correr el riesgo de que ella parezca en muchas páginas más reportaje que ficción.

Esto ocurre, lo sabemos bien, incluso en aquellos personajes o sucesos visiblemente inventados en la novela (pasa por ejemplo con el asilado que entrega al periodista un testimonio anónimo con el episodio de la cita cumbre de Trocha Encendida y con la sobreviviente de la redada de La Cantuta) que, por vecindad y contaminación, tienden a imponerse al lector también como tomados de la historia reciente y apenas retocados.

Pero no estamos en el plano de la historia sino en el mundo de la literatura. La literatura nos ayuda a vivir. Es una maravillosa expresión de la libertad humana.

La historia cuenta (o debería contar siempre) verdades, y la ficción es siempre una invención (solo puede ser eso), aunque, a veces, algunos ficcionistas —novelistas, cuentistas, dramaturgos— hagan esfuerzos desesperados por convencer a sus lectores de que aquello que inventan es verdad (“la vida misma”). La ficción no es lo que finge ser —la vida—, sino un simulacro, un espejismo, una suplantación, una impostura, que, eso sí, si logra embaucarnos y nos hace creer que es aquello que no es, acaba por iluminarnos extraordinariamente la vida verdadera.

En la ficción, en la literatura, la invención deja de serlo, porque es explícita y desembozada, se muestra como tal desde la primera hasta la última línea.

Par de sátrapas funciona para nosotros, los lectores, como una especie de espejo en el que se refleja una realidad muy similar a la que nos rodea y, dentro de ella, estupefactos, nosotros mismos y lo que en un comienzo parecía una realidad algo distante, no muy cercana y hasta por momentos capaz de dibujar no solo una sonrisa sino una estruendosa carcajada por lo aparentemente absurda y disparatada (desde el episodio inicial con la ridícula pelea conyugal del entonces candidato cuestionado por su mujer, o la imagen de la entrevista con los personajes de anteojos oscuros y cabezas semipeladas que nos pone entonces frente a un risible remedo del personaje de la película El puente sobre el río Kwai aplicando una sonrisa a lo Humprey Bogart, hasta el grotesco episodio surrealista de la pesadilla que termina en el mundo de la vigilia con el lapicero “metido entre la raya del culo del señor presidente”), penosamente va borrando nuestra sonrisa y transformándola en mueca y gestos de desagrado que penosamente se dibujan frente al descarnado cuestionamiento que implican los hechos y nuestra responsabilidad (entonces como testigos o quizá protagonistas y ahora como responsables de su olvido y de su rebrote). Por eso, Par de sátrapas es una gran acusación, una gran requisitoria, y es una demostración permanente de esa actitud y mirada críticas que ha sido el motor del no tan breve universo narrativo de Maynor Freyre.

Una historia escrita con el oficio que está hecha Par de sátrapas no surge de la noche a la mañana, muestra raza y arduo trabajo, la prosa cincelada de Par de sátrapas es producto de un proceso de depuración de más de siete años. Periodo en el que se va escribiendo una narración y se descubre que la historia va tomando forma en contra de las intenciones del autor y entonces se inicia la pugna, la lucha con el lenguaje y se produce algo que el autor se esfuerza en vano por evitar y termina, él mismo como parte de la historia (“Ojo avizor 1” y “Ojo avizor 2” y “Zaping 1” y “Zaping 2”).

Un factor complementario es que, de otro lado, Fujimori y Montesinos ya no están demasiado próximos en el tiempo y cuentan con sendas biografías, lo que deja de ser un obstáculo mayor para convertirlos en personajes de ficción, es decir, para que un novelista de la calidad Maynor Freyre los deshaga y rehaga con absoluta libertad, transformándolos de pies a cabeza en función de las necesidades exclusivas que impone la historia novelesca.

Par de sátrapas está escrito con gran economía, en una prosa rápida y arrolladora, que mezcla descripciones, diálogos, reflexiones y monólogos en una misma frase, y se compone de episodios ceñidos, breves como viñetas, que recuerdan a veces los crucigramas que eran las novelas de John Dos Passos.

Precisamente, Maynor Freyre se inscribe dentro de esa gran tradición de escritores que ejercen el periodismo (quizá el emblema sea Truman Capotte; a nivel latinoamericano, Gabriel García Márquez, y, en el plano local, Mario Vargas Llosa de quien precisamente aparece un epígrafe que alude a la esencia política de toda novela).

El manejo diestro de estas dos oficios nutren, precisamente, el desarrollo de Par de sátrapas donde el narrador con la esencia misma del tono, la oralidad, que define al autor más que contar esta historia o hacer un retrato de época, enfoca la narración en la evolución del Ingeniero y del Doctor Asesor Montengro, sus tribulaciones, inseguridades, sus victorias y sus estrepitosas derrotas después de una vida, en lo esencial, sustentada en fútiles sueños de grandeza que finalmente devienen en pesadillas permanentes. Precisamente este rasgo nos puede impeler a buscar la relación entre política y literatura, a saber si la literatura puede ser útil desde un punto de vista ético y moral.Por ello, Par de sátrapas se lee con un interés cargado de ira y de disgusto, y deja en el lector la impresión de que sería falso confinar esta historia en el estricto dominio de la literatura, porque es más o menos que ese quehacer que modifica la realidad y la embellece y eterniza con palabras, creando una realidad aparte, otra vida. No, amigos lectores: Par de sátrapas no sale de este mundo, no necesita hacerlo; es una inmersión brutal en una vida recientísima, que todavía colea e infecta la vida peruana (y no solo peruana). Par de sátrapas nos sumerge en una vida hecha de muerte y mentira, de tráficos inmundos, de cobardía y vilezas inconmensurables, y de algunos heroísmos secretos de aquellos seres que Albert Camus llamaba los justos, esos seres humanos que, según la tradición bíblica, son tan puros y tan íntegros que bastan para redimir los pecados de toda su sociedad, personajes que se extrañan en esta novela.
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De cara a la nada (en la estirpe de Kafka y Beckett), los personajes de Par de sátrapas con sus historias descabelladas (ejemplar resulta el cónclave de los miembros del comité de Trocha Encendida con sus disparatados rituales presidios por su Gran Jefe inserto en la frivolidad y la lujosa parafernalia de un modo de vida ajeno al de los combatientes que entregaban su vida convencidos de una verdad que él era incapaz de asumir ni qué decir de su descarnada y romántica mirada al episodio de la Toma de la Embajada encabezada por un grupo de ingenuos y engañados “jóvenes charapas” integrantes del MRTA encabezado por Cartolín), sus paradojas y su razonamiento por el absurdo desbordan en muchos episodios comicidad.

Esto, si bien hace soportable la lectura, de otro lado acentúa la tragedia de esas existencias que aún entre corrupción y muerte se niegan a cualquier esperanza y redención (véase al respecto el episodio final de la novela que se va prefigurando desde las primeras páginas).

Y es que el auténtico humor, ambivalente y cosmopolita, no exceptúa lo serio sino que lo expía y lo consuma. Maynor Freyre con Par de sátrapas consigue que la ironía, la risa tierna esté de vuelta entre nosotros a través de un pequeño gran texto. Y con pequeñez y grandeza aludimos, en el primer caso, a la extensión y, en el segundo, a su significación.

Esto hace que, curiosamente, los dos personajes más reales de Par de sátrapas resulten verosímiles, los menos desvaídos y menos abstractos y no por su semejanza con los referentes reales, sino por la complejidad que presentan como entidades de ficción, con luces y sombras que se nos develan de modo libre sin juicios de valor y sentencias morales por parte del narrador.

Estos personajes despliegan su accionar in crescendo en un proceso que nos presenta su evolución como fruto de múltiples factores (el racismo, la discriminación, el desprecio por el otro, el menosprecio de lo diferente). Uno de los elementos más vivaces de la novela es la presentación de la construcción progresiva de la imbricación entre el doctor Montenegro y el Ingeniero. Y con gran habilidad el narrador nos muestra ello como resultado de la complicidad de múltiples personajes y no solo esos personajes oscuros de quienes todos se acuerdan como el general Renato Hermozo, el panzoncito; los integrantes del grupo Montaña (el escuadrón de aniquilamiento al mando del mayor Zorrillo y el capitán Coyote) sino de otros que intentan filtrarse en la historia como víctimas de los acontecimientos (verbigracia su esposa, la Ingeniera, y sus vástagos; Charlie, quien con su inteligencia y parsimonia lo salvarían del aprieto en más de una ocasión; pero también esos otros que lo engendraron políticamente como el Caballazo —buscando quizá una impunidad que hoy su correlato en la realidad parece haber alcanzado—) y un séquito de adictos y connotados esbirros de corbata blanca y domésticos intelectuales “de cuello duro” (tomamos prestado el título freyriano) del funesto régimen (por ejemplo el gordo De Loto, Miko y Kiko los directores de la agencia noticiosa y del diario oficial respectivamente, etc.)

Muchos de los personajes de Par de sátrapas que tienen su correlato en la realidad, en esta se salvaron de ir a la cárcel nadie sabe por qué, incluso ahora reflotan poco a poco en la vida pública, y las páginas sociales los retratan dando clases de gramática, y a veces de moral, o en los cócteles, el vaso de whisky en la mano y la sonrisa de oreja a oreja, proponiendo olvidar el pasado y la reconciliación de la familia peruana.

El referente de lo narrado en Par de sátrapas tiene como sustento lo ocurrido en el Perú. Esos episodios ficcionalizados ocurrieron en el Perú, pero la novela no encierra su riqueza por el correlato con una realidad, con un espacio y un tiempo. Su verdad no está en la fidelidad para narrar los hechos sino en un plano esencial. Toda ficción es verdad, todo aquello que sea ficción y tenga la capacidad de seducir al público se convierte en “verdad literaria”, aunque sea una verdad descabellada. Toda ficción que seduce y conmueve convence al lector y se convierte en verdadera. Par de sátrapas es una extraordinaria metáfora del mundo que se gesta en todo régimen autoritario que se apresura siempre a eliminar la libertad de pensamiento y a manipular a la opinión pública, haciendo pasar mentiras por verdades, verdades por mentiras, calumniar a sus críticos y ensalzar a sus sirvientes buscando imponer una verdad oficial y un pensamiento único con el consentimiento, complicidad e histeria de la mayoría de una colectividad. Las verdades oficiales y el pensamiento único son rasgos característicos de las sociedades autoritarias. Por eso, en las sociedades libres quienes se ocupan de sacar a la luz esos basurales son los historiadores antecedidos la más de las veces por los novelistas, no los políticos. Aunque respetamos los compromisos de los políticos íntegros, en manos de los políticos la historia deja de ser una disciplina académica, una ciencia, y se convierte en un instrumento de lucha política, para ganar puntos contra el adversario o promover la propia imagen y de su partido.

Para los domésticos intelectuales “de cuello duro” que viven acosados y esclavizados por la urgente actualidad y las servidumbres del poder y que carecen de la mínima disposición de espíritu y de la serenidad intelectual necesaria para llegar a juicios aceptables sobre asuntos precisos del acontecer histórico, rara vez aparece una discusión o información sobre los crímenes, mentiras, estafas, robos, torturas, desapariciones que marcaron esa década; pero, en cambio, son frecuentes y, a menudo, feroces, las diatribas contra los jueces, fiscales y procuradores que osan proseguir las investigaciones y los juicios contra los corruptos, traficantes y asesinos y todos sus cómplices, a quienes se acusa de ensañarse por una enfermiza sed de venganza contra aquellos “pobres e infelices” compatriotas incomprendidos.

Ya sabemos que a menudo las cosas suelen ser según el cristal con que se las mira. Las verdades históricas son en muchos casos relativas y admiten interpretaciones o relativizaciones dentro de contextos variados la existencia de las “verdades contradictorias”, como las llamaba Isaiah Berlin. Pues de momento sumerjámonos en las verdades literarias que se nos muestran a través de las páginas de Par de sátrapas y combatamos las expresiones de autoritarismo desde su génesis y confrontémonos in crescendo con una extraordinaria manifestación de la libertad humana. Se trata, sin duda, de una experiencia liberadora, que asiste a nuestra formación como seres humanos a plenitud y que propicia nuestra inserción como integrantes de una sociedad de complejo dinamismo y heterogeneidad socio-cultural, además de protagonistas de una época de grandes crisis y transformaciones en el ámbito mundial.

Dejemos a los historiadores ocuparse de deslindar las verdades de las mentiras históricas con la consignación de atroces delitos y crímenes de lesa humanidad que desfilan ante nosotros: la evasión de impuestos, la malversación de las donaciones, la masacre de Barrios Altos, la ejecución de los estudiantes y profesor de La Cantuta, las torturas, las componendas con los narcotraficantes y los traficantes de armas, etc.

Han pasado apenas unos siete años y los peruanos comenzamos a olvidarnos ya de los horrores que vivimos los diez años que duró la dictadura del “par de manzanas podridas”. Refresquemos nuestras memorias con espíritu moderno y acentuando la comicidad bufonesca y leamos con placer Par de sátrapas y veamos una vez más cómo la literatura se anticipa nuevamente a la realidad y lo que esta no sanciona, en la ficción alcanza una “justicia poética” con los protagonistas sentenciados y condenados a un insomnio y un sueño eternos plagados de pesadillas y locura que cada lectura y relectura se encargará de renovar. Alea jacta est.
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Independencia-Lima, 25 de agosto 2008

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