domingo, 7 de enero de 2007

ARTE CONCRETA PAULISTA, compilación de João Bandeira (*) por Felipe Cussen


POESÍA INVISIBLE


Hace poco más de 50 años, exactamente el 4 de diciembre de 1956, se inauguró la exposición de Arte Concreto en el Museu de Arte Moderna de São Paulo, que significó el inicio de una difusión más masiva del trabajo que ya venían desarrollando Augusto de Campos, Décio Pignatari, Haroldo de Campos y otros miembros del grupo Noigandres. Las investigaciones emprendidas por este grupo cubrieron un amplísimo espectro, desde formas más convencionales de poesía y traducción, pasando por poesía visual, sonora y musicalizaciones, hasta el uso de medios tecnológicos como el video, animaciones digitales, hologramas y rayos láser, en un constante empeño por explotar al máximo las dimensiones "verbivocovisuales" de la palabra. Este movimiento fue una de las tantas corrientes que tomaron fuerza en las décadas del 60 y 70 (como Oulipo, el Writers Forum de Londres o la L=A=N=G=U=A=G=E Poetry, por mencionar apenas algunos), y que contribuyeron a renovar radicalmente las formas de expresión poética con una vigencia que aún no se agota. Para formarnos una idea de su importancia bastaría mencionar que la trayectoria de los poetas concretos fue seguida con mucho interés por escritores y pensadores de primera relevancia: Jacques Derrida, Umberto Eco, Marjorie Perloff, Octavio Paz, Julio Cortázar, Severo Sarduy, Emir Rodríguez Monegal, Héctor Libertella, Néstor Perlongher, Julio Ortega... Eduardo Milán, uno de los críticos que más han insistido en su importancia, se refiere a la aparición de Noigandres como "una iluminación de la poesía latinoamericana que dividió las aguas, quiérase o no, del lenguaje creativo en dos: una poética del rigor, por un lado, y por el otro una poética (auto)complaciente".

¿Y cómo andamos por casa? Me temo que en este balance saldríamos bastante para atrás, por lo menos si consideramos la casi nula recepción que estos autores han tenido en nuestro país. Con mucha suerte se pueden encontrar en librerías una selección de ensayos traducidos de Haroldo de Campos, y si uno pretende buscar alguna obra de Augusto de Campos en la Biblioteca Nacional lo más probable es que antes se encuentre con una fotografía de Enrique Campos Menéndez y Augusto Pinochet. Pero esto no es excusa suficiente: hoy en día quien tenga interés puede pasarse largas horas frente al computador conociendo un porcentaje importante de estas obras en internet.

No digo, obviamente, que la única posibilidad de escritura hoy sea la poesía visual, ni mucho menos. No era ese tampoco el propósito del grupo Noigandres, pues lo que pretendían, en la amplia variedad de su obra, es algo tan obvio como hacerse cargo de los medios que se disponen al momento de escribir: "poesía concreta: una responsabilidad integral frente al lenguaje", decían en 1958. Esto, que debería resultarnos obvio (¿se imaginan a un músico que fuera a tocar sin saber armar ni afinar su instrumento?), es lo que parecen desconocer la mayoría de los poetas de este país, más empeñados en ocupar el espacio de sus poemas para vociferar sus gravísimas carencias en la vida (es decir, reclamar por la siempre insuficiente atención que les prestan) antes que dedicarse, en serio, a investigar sus materiales de expresión. Lamentablemente, este país de poetas pareciera ser un país de poetas que no considera necesario leer nada más que sus propios poemas, y nos quedamos muy tranquilos y contentos en nuestro desconocimiento de ésta y otras tradiciones igualmente importantes.

El panorama se agrava si nos referimos al pobre papel que la crítica académica y periodística han jugado respecto a este tipo de obras. Supongo que uno de sus aportes podría ser precisamente dar a conocer obras innovadoras y, más aún, abrir los canales para una recepción adecuada por parte de los lectores, en especial cuando se está recurriendo a dimensiones más complejas de lo que se entiende por poesía. Pero no hay caso; salvo honrosas excepciones, nuestros críticos suman al desinterés la ignorancia de creer que un poema visual no es más que una serie de letras bonitas o dibujitos. Esta incomprensión también afecta, por supuesto, a aquellos poetas chilenos que profundizaron radicalmente en estas búsquedas, como Guillermo Deisler (inserto plenamente en la discusión internacional, pero que recién a diez años de su muerte ha vuelto a merecer atención en nuestro país), o incluso a poetas tan mediáticos como el propio Nicanor Parra. Hace sólo unas semanas Ignacio Valente comentaba, respecto al primer tomo de sus Obras Completas: "Los Artefactos no necesitaban incluirse dos veces, una con los facsímiles de sus ilustraciones gráficas -en más de 240 páginas- , y otra en las 35 páginas de sus solos textos. Para mi gusto bastaban estas últimas, pues las imágenes visuales son extrínsecas a la escritura, y en nada la modifican como poesía". Repito: "las imágenes visuales son extrínsecas a la escritura y en nada la modifican como poesía". Si persistimos en esta miopía, la poesía visual, y quizás otras valiosas formas de experimentación, seguirán siendo invisibles.


(*) ARTE CONCRETA PAULISTA (Volumen 5). Compilación de João Bandeira. Cosac & Naify / Centro Universitário Maria Antônia. São Paulo, 2003.

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