martes, 28 de marzo de 2006

UN PERUANO UNIVERSAL

Jorge Eduardo Eielson. Del absoluto amor y otros poemas sin título. Valencia: Pre-Textos, 2005. 83 páginas.


La muerte ha llegado para Jorge Eduardo Eielson (Lima, Perú, 1924) en Milán, en la Europa donde venía residiendo desde 1948. Peruano universal, polifacético, pintor, experimentador con música electrónica, creador de happenings y de instalaciones, además de novelista y, sobre todo, poeta, no olvidó nunca sus raíces, como lo revela su afecto por las formas antiguas de la cultura peruana, que fundió con las más radicales expresiones neovanguardistas: en su obra plástica el fruto más conocido de estas fusiones han sido sus grandes telas anudadas, los quipus, sistema de anotación incaico con cuerdas, nudos y colores. Sus nudos y anudamientos evocan el desierto de la costa peruana, la tinta ardiente de un espacio salvado.
Eielson pertenece a la llamada «generación del 50» con Blanca Varela, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli y Sebastián Salazar Bondy, entre otros. Mientras la poesía española, con las excepciones marginales de Ory, Labordeta y Cirlot, transitaba las formas del realismo testimonial (Hierro) o existencial (Dámaso Alonso, Blas de Otero), la poesía latinoamericana se adentraba en los territorios de la vanguardia y la experimentación.
«Un rayo de ceniza». Las primeras muestras del arte de Eielson, de su poesía «escrita» se cifran en Canción y muerte de Rolando (1943) y Reinos (1944), de turbadora belleza. Decía así en «Oda al invierno»: «El invierno enjoya al hombre tristemente, / el invierno lava tumbas de monarcas / y mendigos y corona al áureo y viejo otoño / con un rayo de ceniza en la cabeza». Por estos años compuso Eielson el estremecedor poema «Primera muerte de María», aterrador monólogo en versículos, místico y blasfemo a la vez, en el que san José relata su posesión de la Virgen y la concepción de Jesús («aparecí yo como un caballo sediento y me apoderé de sus senos. La virgen espantada derramó su leche, y un río de perlas sucedió a su tristeza»). Un poema perdurable, que justifica a un poeta.
Vinieron después Doble diamante y Temas y variaciones, con los que se adentró en plena órbita vanguardista, etapa de la que se ha dicho es una suerte de resumen de la poesía contemporánea, desde Huidobro hasta la poesía concreta. Tocaba Eielson los límites del lenguaje, como acredita el muy invocado «Misterio»: «¿Por qué estoy vivo / y el vaso lleno de agua / y la puerta cerrada / y el cielo igual que ayer / y los pájaros dorados / y mi lengua mojada / y los libros en orden». Siguió una larga carrera en la que destacan títulos como Mutatis mutandis, Noche oscura del cuerpo, Materia verbalis y, en España, Sin título, Vivir es una obra maestra y Del absoluto amor y otros poemas sin título, que ha puesto fin a su carrera de poeta.
«Compañero del alma». Este libro postrero tiene dos secciones bien diferenciadas: la primera aloja el largo poema «Del absoluto amor»; la segunda incluye un conjunto de breves poemas, no más de quince versos cada texto. El primero es una meditación sobre la vida, bastante inane para el poeta («La gente / Está llena de prisa / De cosméticos / De automóviles / De vestidos»), que deja paso, marcado tipográficamente, a la evocación elegíaca, pero non troppo lamentosa, del «compañero del alma», Michele, que «amaba el vino / Las muchachas y la tierra / Mas [cuya] mejor amiga era el agua / Que le daba todo / Y no le pedía nada». Cifra el amigo del absoluto amor, su muerte afectó mucho a Eielson, pero lo que a nosotros nos importa es la admirable fluidez del verso, su llano decir que no se deroga en el prosaísmo, todo ello al servicio de una serena y melancólica contemplación del mundo: «Una cosa es cierta / No sólo la vida / sino también la muerte / Es una fiesta...».
Más de cuarenta son los poemas de la segunda sección. No llevan títulos en puridad porque éstos actúan a modo de comienzo de la composición, de manera que el lema se encadena con el discurso; por ejemplo: «Me enamoro siempre de una persona / Que no se enamora de mí». La serie es desigual; Eielson había tocado el máximo de la desnudez y de aquí al despojamiento mediaba poco. Los poemas buscan el chispazo, el fogonazo poético. Así el dedicado a Bach, de quien «el ritmo / Con sus múltiples martillos / Me quiebra las costillas / Y de vez en cuando / Saco la cabeza enloquecido / Por tanta belleza».
Con la muerte de Jorge Eduardo Eielson desaparece una figura capital de la lírica latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Pero, como ocurre siempre con los poetas verdaderos, su memoria, su palabra nos deja «harto consuelo».
Miguel García-Posada
ABCD. Las Artes y Las Letras

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